El lavado de manos es una de las medidas más antiguas, simples y económicas para prevenir el contagio de enfermedades. Su práctica adecuada y frecuente protege la salud, reduce infecciones y puede literalmente salvar vidas.
Cada 5 de mayo se celebra el Día Mundial del Lavado de Manos, una fecha impulsada para concientizar sobre la importancia de esta acción cotidiana y de fomentar este hábito desde las infancias.
Lavarse correctamente las manos con agua y jabón es una de las formas más efectivas de cortar la cadena de transmisión de virus, bacterias y otros microorganismos.
Un hábito que educa, previene y protege
La higiene de manos debe incorporarse como un hábito desde la infancia, a través de la educación, la repetición y el ejemplo. Tal como destaca el Oficial de Salud y Desarrollo Infantil Temprano de UNICEF, Fernando González: «Si no nos lavamos correctamente las manos, corremos el riesgo de transmitir o contagiarnos diversas enfermedades. No es necesario usar agua caliente: basta con agua fría o natural, y es fundamental secarse bien, porque los gérmenes se propagan más fácilmente desde la piel húmeda».
Este gesto, tan simple como efectivo, ayuda a prevenir enfermedades respiratorias como el COVID-19, la influenza o el virus sincicial, así como otras infecciones digestivas (diarrea, hepatitis A, rotavirus) y cutáneas (impétigo, conjuntivitis).
Los niños y niñas son especialmente vulnerables a estas enfermedades, y por ello, enseñarles desde pequeños a lavarse las manos es una medida de cuidado esencial.
¿Cómo lavarse las manos adecuadamente?
Mojarse las manos con agua corriente.
Aplicar suficiente jabón para cubrir toda la superficie.
Frotar palmas, dorso, entre los dedos y debajo de las uñas durante al menos 20 segundos.
Enjuagar con abundante agua.
Secarse con una toalla de papel o de un solo uso.
El lavado deber durar entre 20 y 30 segundos. Un truco práctico es cantar dos veces seguidas la canción de “Feliz cumpleaños”.
¿Cuándo es imprescindible lavarse las manos?
Antes de preparar o consumir alimentos.
Después de usar el baño o cambiar pañales.
Después de sonarse la nariz, toser o estornudar.
Al regresar de la calle, del transporte público o tras hacer compras.
Después de tocar animales o manipular residuos.
Antes y después de curar heridas o cuidar a una persona enferma.
Al manipular objetos de uso frecuente (teléfonos, picaportes, barandas, pantallas táctiles).